Tengo una tía estándar.
Su ideología, su vestimenta
su rutina, su destino
en vacaciones
todo en ella es genérico.
Tomar unos mates con ella
es como ver el noticiero, y
si se pudieran hacer encuestas
de mediano o amplio alcance
consultando cada decisión que toma
siempre la suya sería la más elegida.
Algunas veces yo tengo insomnio
pero ella duerme bien todas las noches
aunque no sueñe casi nunca
entre las paredes de su refugio:
marido, religión, la vida de sus hijos.
Igual no es mala, ojo: es estándar.
Ustedes digan qué prefieren.
No hay un rastro de singularidad en sus palabras.
No hay un solo impulso
por alejarse
y ver las cosas unos metros más allá.
Pero ella está tranquila, libre de angustia
o crisis existenciales.
¿Quién firma?
¿Sabrá que la muerte también tiene una mirada para ella?
Y todos tenemos cerca una tía estándar.
Démosles atención. Sus votos cuentan
y son empecinadas, porque notan nuestro desdén.
Terminan decidiendo nuestras vidas, qué arreglo
hacer primero en el consorcio del edificio
actividades en los actos de las escuelas de tus hijos
inclinan las balanzas, eligen presidentes, devalúan la moneda
determinan el inicio y el final de las guerras
-las tías del primer mundo-
el lugar de encuentro de las cenas navideñas
o la edad de imputabilidad
de nuestros corazones.
Si tan solo pudiéramos sacar el suyo
ponerlo en la mesa y a fuerza de preguntas
customizarlo un poco.
Una militancia valiosa.
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