En mi casa vivía un poeta.
Quienes debían cuidarnos
le armaron una habitación
en un ambiente central.
El poeta se quedó
casi hasta el final
de la tormenta.
Hoy vive dentro mío.
Lo alimento de recuerdos
y extrañeza.
En mi casa vivía un poeta.
Quienes debían cuidarnos
le armaron una habitación
en un ambiente central.
El poeta se quedó
casi hasta el final
de la tormenta.
Hoy vive dentro mío.
Lo alimento de recuerdos
y extrañeza.
Tranquilo, nadie te escucha
ni la gente cercana, del todo
y cuando dicen que sí
escuchan lo que quieren.
relajate, ponete cómodo
nadie te lee, nadie
te presta mucha atención
-ni todas las personas reunidas
que dijeron venir a verte-
y si parece que sí
los que no te conocen tanto
probablemente necesiten
algo parecido de tu parte
o esperan el turno de su protagonismo.
Nada de esto debería preocuparte.
Nada de esto debería entristecerte.
Busca darte liviandad.
Medito sobre el pavimento
alejándome de casa
y del Sol de la mañana
hasta que al fin aparece
naranja en el espejo
cuando ya la mayoría va
atascada en el otro sentido.
La procesión masiva
de decisiones pasadas
yendo en coche al muere
diariamente.
Todas las semanas
algún perro en la banquina
se desangra,
sus tripas se secan al Sol
del mediodía hasta pudrirse
y el olor a pestilencia
entrando por los filtros
me lleva a pensar
el verso de un poema
sobre el hedor del deseo estanco.
Del deseo también
esquivo tomo distancia
algunas veces sin querer
de la gente, del presente
de lo que me compone;
aunque el tema no es tanto
ese vaivén sino captar
cómo, cuándo y qué.
El Sol del regreso
me agarra cansado.
Si recuerdo que no controlo
la imagen que recortan
de mí los demás, me tranquilizo.
me quedé dormido escuchando
a un escritor admirado
por mí y por varios quizás
por todo un continente
que encontró sus puertas
y comencé a soñar con otro
desconocido que habla
de sus primeras escrituras
y de su novia también
primera que lo alienta
a escribir con gestos de amor
-como riego de un brote
que sólo ella observa-
Abro los ojos en la madrugada
el escritor desconocido
es el que responde las preguntas.
¡Qué alevoso! pienso
cómo fui a perderme así
llegar al punto de tirar las cosas
macetas varias por el balcón
«¡qué puntería!»
a los carteles hasta llamar
la atención de la cuadra
-porque decir boludeces verborrágico
vaya y pase. ¿Quién no alguna vez?-
y que después llegue la familia
que bastante curada de espanto
está desde siempre y no por mí
fueron bastantes
que ni se imagina
todo este pueblo muerto
ni tienen porqué.
¿O no familia? ¿no es un poco así?
es la forma de pararnos que armamos
con lo que estuvo a mano
pero que igual elegimos y nos enorgullece
como también ahora se elige
el silencio y la risa
hacia adentro.
Una más, una anécdota menor.
Y que después llegue la ambulancia
y el enfermero de guardia
ofrezca inyectarme
una aguja para bajar
un par de decibeles.
¡Ni en pedo! Las pastillas
o bajo solito, como pueda
porque pasado de rosca coincido
pero ojo
con la mente prendida.
Y si hubieran estado dentro
cuando se cruzó el umbral
no sé si les daría miedo
o se deslumbrarían.
El mundo es nuestro,
no se confundan.
aunque parezca al revés:
que las luces se ponen
sobre los que se inventan
una identidad con poco
con casi nada, con menos
de lo que usábamos
tiempo atrás
para fabricarnos los disfraces.
El mundo es nuestro
de los menos
visibles;
no nos creamos la estupidez
que muestran mientras
maquillan ideas ya transitadas
con nuestros pies
descartadas por pueriles
simples, aburridas.
Ahí estuvimos y decidimos alejarnos
caminando a nuestro ritmo
hacia un lugar con más potencia:
las orillas del anonimato.
ni a nosotros mismos.