¡Qué alevoso! pienso
cómo fui a perderme así
llegar al punto de tirar las cosas
macetas varias por el balcón
«¡qué puntería!»
a los carteles hasta llamar
la atención de la cuadra
-porque decir boludeces verborrágico
vaya y pase. ¿Quién no alguna vez?-
y que después llegue la familia
que bastante curada de espanto
está desde siempre y no por mí
fueron bastantes
que ni se imagina
todo este pueblo muerto
ni tienen porqué.
¿O no familia? ¿no es un poco así?
es la forma de pararnos que armamos
con lo que estuvo a mano
pero que igual elegimos y nos enorgullece
como también ahora se elige
el silencio y la risa
hacia adentro.
Una más, una anécdota menor.
Y que después llegue la ambulancia
y el enfermero de guardia
ofrezca inyectarme
una aguja para bajar
un par de decibeles.
¡Ni en pedo! Las pastillas
o bajo solito, como pueda
porque pasado de rosca coincido
pero ojo
con la mente prendida.
Y si hubieran estado dentro
cuando se cruzó el umbral
no sé si les daría miedo
o se deslumbrarían.
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